miércoles, 18 de enero de 2012

Mauritania, la primera parada.

Mi primera parada en este viaje la realizo en Mauritania, principalmente en sus dos ciudades principales Nouakchott, capital del país, y Nouadhibou, una de las ciudades más desarrolladas de Mauritania. Oficialmente, la República Islámica de Mauritania, está situado en el noroeste de África. Limita con el océano Atlántico, Senegal, Malí, Argelia  y con el Sahara Occidental.

Lo primero que me llamó la atención fue el avión en el que viajamos al lugar, pues no era el tipo de avión al que estamos acostumbrados; con unas grandes turbinas, grandes, etc. El viaje lo hicimos en un avión que todavía funcionaba por hélices, lo cual me llamó la atención además de asustarme un poco. Una vez aterrizados, las sorpresas no se hicieron esperar. La pista de aterrizaje estaba hecha con una base de cemento u hormigón y ¡conchas! (El gran número de conchas procede de edades de la tierra atrás cuando el desierto aún era mar). Una vez llegado a la terminal y pasado el control de aduana, me dispuse a recoger mi equipaje, así que me dirigí hacia las dos únicas cintas transportadoras que había. Sin embargo, ninguna de ellas se movía, sino que a partir de una cadena de hombres sacaban las maletas éstas.

Tras la aventura que supone pasar la aduana, recoger el equipaje, etc. salí del aeropuerto rumbo a mi hotel. Nada más salir de éste ya te encuentras con la verdadera situación del país, esa que no te cuentan y que en ocasiones, no quieres oír. Familias enteras mendigando, niños pidiendo dinero o comida y cualquier cosa que le puedas ofrecer. Allí mismo me recogió Sidi Ahmed Mohamed, mi guía durante mi estancia allí. Más tarde me enteraría que Sidi realmente significa señor, y no es ningún nombre en sí mismo. Durante el trayecto al hotel tuve la suerte de poder cruzar la ciudad e irla descubriendo poco a poco, bazares, tiendas, aglomeraciones, gente tumbada bajo la sombra de los árboles, personas que al pasar te saludan y te dan la mano…  La primera impresión que puedes tener es la de estar en una época anterior a la que vivimos, un retorno al pasado en el que esta sociedad está estancado; no obstante, esta sensación desaparece cuando ves a casi todas las personas andando jugueteando con un teléfono móvil.

La primera noche fue la más difícil, pues todas las personas siempre te advierten de los peligros que acechan en “ese tipo de países”, así que entre ese miedo infundado y los ruidos nocturnos no puedes dormir. Eso me ocurrió hasta que me apeteció salir a la terraza, una vez salí, me di cuenta que los ruidos nocturnos no son más que el ir y venir de la gente. Esta nocturnidad se debe a las elevadas temperaturas que hay durante el día. Ya más relajado me dormí, hasta que a las cinco de la mañana me despertaron unos cantos árabes que llamaban a rezar.


 Para quien no conoce la historia de Mauritania, se le hará muy difícil entender su cultura; incluso conociéndola, no llegarás a entender todo. Mauritania fue una colonia francesa hasta 1960 cuando se pudo independizar. La población de este país es una mezcla entre diferentes clanes; algunos nómadas y otros sedentarios. La historia política de Mauritania ha estado marcada por los continuos cambios de gobierno a partir de golpes de Estado. Algunos de éstos tenían como fin la democracia, y los otros, abolirla. No tuve mucha oportunidad de hablar demasiado de política pues es un tema tabú por la represión que sufren.
Tanto la cultura gastronómica como sus costumbres, etc. están entremezcladas entre las influencias árabes y las francesas; esto, hace que sus pásteles sean algo más que deliciosos.
En lo relacionado con la economía, en Mauritania tiene gran importancia la pesca, prueba de ello son las playas atestadas de sus barcos típicos de pesca. Antiguamente, Mauritania tuvo gran importancia por el tráfico marítimo, sin embargo, ya está en desuso. Prueba de ello es la cantidad de barcos que están abandonados en el linde de la costa mauritana.

De mi paso por este singular país me llevo la amabilidad de sus gentes, su gastronomía y la certeza de que el que más tiene no es el más feliz realmente.

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